Aún recuerdo la felicidad que de chico me producía la llegada de la navidad porque invariablemente la relacionaba, además de los regalos que ese Niño Dios que los padres nos creaban a su manera, con la oportunidad de salir a la calle y quemar pólvora. Si… Pólvora provista por mis progenitores que para la época no entendía o avizoraban el peligro que conllevaba que un mozuelo de escasos años la manipulara sin mayor orientación. Ni más faltaba que tantas décadas después los vaya a culpar. El destino quiso que no me dejara secuelas y reconozco que en las primeras navidades de mis hijos alcancé a acompañarlos en el mismo ejercicio de quemar pólvora. Gran irresponsabilidad que el destino tampoco me cobró, por fortuna con ellos.
Si quiero ser condescendiente con la práctica podría decir que el sentido común, más bien escaso, nunca me alertó sobre el peligro de la pólvora.
El alcalde Peñalosa lanzó este fin de semana la campaña contra la pólvora y se puso como ejemplo del peligro que encierra. A muy tierna edad perdió la falange de uno de sus dedos como consecuencia de esa práctica en una navidad.
Ese testimonio y las imágenes que deben estar en nuestra memoria colectiva de niños y adultos a quienes la vida les cambió dramáticamente por quemaduras con pólvora nos deberá, a todos sin excepción, poner vigilantes para denunciar la irresponsabilidad de cualquier adulto que aún hoy se atreva a poner en manos de niños o en las suyas propias pólvora.
Cada año por estas calendas me escucho decir por estos micrófonos y escribir por este medio que ojalá podamos conquistar un gigante CERO en quemados por pólvora en la ciudad. Y cada enero me escucho lamentar porque no lo logramos. Y eso más que una estadística al debe quiere decir que más niños y adultos desgraciaron su vida por la pólvora.
¿Podré compartir en el enero por venir que el CERO dejó de ser una quimera y que la pólvora dejó de ser la “invitada” en los festejos próximos?