Para esa primera maestra

Por: Carlos Alvarez.-

Su nombre esta unido irremediablemente al recuerdo de sentarme por primera vez en un aula de clase en un pupitre color verde que pinte junto con mi padre y que luego por las cuadras del barrio llevamos hasta el colegio.

Se llama Aracelly porque confió que, aunque avanzada de edad aún se encuentre en esta dimensión.

Fue la culpable con miles de planas de hacerme entender la ventaja frente a otro de tener una buena ortografía, fue la primera que identificó que, aunque con voz de niño, mi manera de leer, embaucaba a mis compañeros en los centros culturales para calmar su hiperactividad infantil y dedicarle algún tiempo a un libro de los de siempre, Juan Rulfo, Rafael Pombo, Jorge Isaac, etc.

Fue a su lado también que sufrí como un condenado el aprendizaje, es un decir porque nunca pude, de las matemáticas. Más planas para aprender las tablas de multiplicar, que sin sonrojo reconozco, fue junto con las otras dos operaciones matemáticas básicas las que “se me quedaron”.

Es inevitable la nostalgia en el día del maestro que se celebra hoy, traer a la memoria a Doña Aracelly, mi primera maestra a la vez dueña del colegio que se atrevió a recibirme para primero de primaria y que me resistió hasta el quinto elemental.

Hace algunas décadas, porque así se largos son ya los recuerdos, la visité en su casa ya retirada, evocando sus épocas de institutriz y no pude evitar una lágrima furtiva de emoción de tenerla frente a mí en una condición distinta y escuchando sus palabras de felicitación qué se yo de que´, porque fue más lo que me aporto que lo que pude devolverle.

La suma de años que hace esta profesión más cerca de su término me alentó para, aunque a destiempo, escribir esta letrilla para ella, como un homenaje a esa primera maestra que todos llevamos en el corazón.

 

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